Plenario de apertura: el 18 de mayo de 2011
¡La paz sea con ustedes!
Profesora Margot Kaessmann
El saludo de Jesucristo resucitado a sus discípulos ha sido, desde entonces, un desafío y una obligación para los cristianos y las iglesias de todo el mundo.
Así pues, las cuestiones planteadas en el “Decenio para Superar la Violencia” han estado en el centro del Movimiento Ecuménico desde sus primeros tiempos. Estoy convencida de que la importancia teológica del tema y de sus consecuencias éticas deben formar parte de la labor futura del CMI.
Cuando las iglesias del mundo se reunieron en Ámsterdam, en 1948, declararon que la guerra es contraria a la voluntad de Dios. Tras el odio y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial quedó claro que las iglesias, así como las naciones y las sociedades a las que pertenecían, se habían apartado de la voluntad de paz de Dios. Esto es sobre todo verdad para las iglesias de Alemania. Sin embargo, en medio de la guerra, se había escuchado la voz del ecumenismo. Un ejemplo fue el Obispo Bell, quien, en el Parlamento británico, se pronunció claramente contra los bombardeos de las ciudades alemanas. Un valiente voto en favor del enemigo.
El problema de la violencia ha permanecido desde entonces en el orden del día del CMI. ¿Existe justificación alguna para la violencia: sea una guerra, sea una revolución por una causa justa o en defensa de los derechos humanos? En 1968, se invitó a Martin Luther King como orador de la Asamblea de Uppsala. Fue asesinado, pero su voz pudo escucharse en la Asamblea. Esa voz merece que se la vuelva a escuchar: ¡es un mensaje muy válido para el día de hoy! En su discurso, el 4 de junio de 1957, “El poder de la noviolencia” dijo: “Que quede claro que la resistencia no violenta no es un método para cobardes. Es una resistencia. No es un método que exprese ni pasividad paralizante ni complacencia. El resistente no violento se opone al mal contra el que se enfrenta como el que es violento, pero resiste sin violencia. Este método no es agresivo físicamente, pero es dinámicamente agresivo en el sentido espiritual”.
Al llegar al final del Decenio para Superar la Violencia deseo subrayar especialmente dos fuentes. Una es el proceso conciliar por la justicia, la paz y la integridad de la creación. Con ocasión de la Sexta Asamblea de Vancouver, en 1983, las iglesias de Alemania del Este pidieron al CMI que convocara un Concilio por la Paz, como Dietrich Bonhoeffer había hecho en 1934. En su alocución central, Alan Boesak de Sudáfrica, argumentó que las iglesias no podían comprometerse con la paz ignorando la realidad de injusticia del mundo. En su alocución, Darlene Keju-Johnson relacionó la paz y la justicia con los ensayos nucleares y los residuos radioactivos en el Pacífico. Era obvio: la justicia, la paz y la integridad de la creación no deben ser examinadas por separado. No podemos hablar de una sin tener en cuenta la otra. No se trata sólo de una cuestión ética. El “esse”, el ser de la iglesia es puesto en tela de juicio en relación con esos problemas. Una iglesia que ignora la guerra, la injusticia y el proceso de destrucción de la creación no es iglesia. Es más que evidente que las cuestiones eclesiales y éticas están relacionadas de forma radical. La afirmación VI del documento final de la Convocación Mundial sobre Justicia, Paz e Integridad de la Creación, que se celebró en Seúl, en 1990, es categórica en su apoyo a la noviolencia. En el marco de la Asamblea de Canberra, en 1991, esta declaración tuvo gran influencia en el debate sobre la Guerra del Golfo y aportó una importante contribución al firme sentimiento antibelicista que predominó en la Asamblea y que indujo, en definitiva, las decisiones de Johannesburgo de 1994.
La otra fuente es el Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres. Se inauguró en la reunión del Comité Central que se celebró en Buenos Aires, en 1985. Baerbel Wartenberg propició la participación de una delegación del CMI en la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer que tuvo lugar en Nairobi. Su informe fue muy claro: la comunidad de mujeres y de hombres en la iglesia, como se había denominado previamente el programa, tenía que ocupar un lugar prioritario en el orden del día del CMI. El Decenio se inauguró en 1988 y culminó en 1998, cuando tuvo lugar la Asamblea del CMI en Harare. En el correr del último año del Decenio, se llevaron a cabo visitas de equipos a las iglesias miembros: delegaciones oficiales de dos mujeres y dos hombres visitaron, en calidad de “cartas vivas”, todas las iglesias miembros con objeto de conocer la situación real de las mujeres en las iglesias. La conclusión fue evidente: la violencia contra las mujeres es una cuestión crucial en la mayoría de las iglesias miembros. En el informe final sobre esas visitas podemos encontrar pruebas de la falta de disposición de muchas iglesias para abordar el problema:
-“Un dirigente de iglesia habló de “castigar” a su esposa, lo que ella luego le agradeció.
-“Otros preguntaron sobre la definición de “violencia” intentando establecer una distinción entre la violencia que causa la muerte y el hecho “simplemente de golpear”.
-“Las iglesias son responsables de la “violencia del silencio”.
En el informe quedó claro que: la violencia no es sólo un tema que en cierto sentido está “allí fuera en el mundo”, sino que es una cuestión que atañe a nuestras iglesias, a nuestras relaciones entre cristianos. Así fue como muchas mujeres consideraron el Decenio para Superar la Violencia como la continuación lógica del informe final del Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres.
Cuando el Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias pudo reunirse por primera vez en Sudáfrica, en 1994, el Obispo Mogoba instó a que se crease un Programa para Combatir la Violencia como seguimiento del Programa para Combatir el Racismo. Sí, eso parecía ser la debida consecuencia. Algunas iglesias miembros de todo el mundo denunciaron la forma en que la violencia destruía la vida de las personas y las comunidades. Pero, ¿nos preguntamos entonces si “combatir” era la palabra correcta? El apóstol Pablo escribió en su epístola a los Romanos: “No seáis vencidos por lo malo, mas venced el mal con el bien” (Ro 12:21). Ahora bien, ¿puede la violencia ser vencida? ¿No ha sido siempre la violencia un hecho inherente a la vida desde los tiempos de Caín y Abel? Esto exige una mirada bíblica y teológica más cuidadosa.
De hecho, hay una cierta ambigüedad respecto de la legitimación de la violencia en la parte hebrea de la Biblia. Esto se debe en cierto sentido a diferencias en el contexto y en las percepciones entre los autores. Es verdad que el anhelo profundo de un Dios que luche por el pueblo, y el entendimiento de las situaciones de crisis como castigo de Dios son bien conocidos en casi todas las religiones y en todos los contextos, incluido el Cristianismo. Sin embargo, junto con las referencias claras a un Dios guerrero, hay un hilo conductor de noviolencia que atraviesa el Antiguo Testamento. Ésta parece ser la parte más apasionante por ser poco corriente y poco familiar. En lugar de sentirnos perturbados o disgustados una y otra vez por la legitimación de la violencia que encontramos en la parte hebrea de la Biblia, deberíamos escoger textos como la narrativa sobre Sifrá y Puá, ejemplo de valiente desobediencia cívica (Ex 1: 15-22). O tomar como ejemplo el capítulo 53 del libro de Isaías, el conocido pasaje sobre el siervo sufriente. Podemos también considerar profecías como las de Isaías, donde las espadas se transforman en arados (2:4). Dios da Shalom. Dios libera.
El mensaje del Nuevo Testamento es muy claro. En el Sermón de la Montaña, Jesús descubre un nuevo grupo de categorías. No son los guerreros, los héroes o los guerrilleros, fuertes y aguerridos, que son bienaventurados. Por el contrario, lo son los pobres en espíritu, los que lloran la pérdida de seres queridos, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de limpio corazón, los pacificadores y los que padecen persecución. ¡Qué contradicción con la realidad de este mundo! La iglesia como un “signo del reino” estuvo presente en los debates de la Cuarta Asamblea del CMI en Uppsala, en 1968. Esto significa que las convicciones eclesiales y los asuntos del mundo están relacionados. ¡La credibilidad de la iglesia depende, entre otras cosas, de la forma en que hace frente a la violencia!
Después del Comité Central celebrado en Johannesburgo, en 1994, nos preguntamos, en el marco de los órganos rectores del CMI, cuál podría ser la consecuencia práctica. Se creó un grupo de referencia que se reunió en Río de Janeiro para examinar cuál debería ser el objetivo inicial del programa, dada la complejidad del problema y el riesgo de que, al querer abarcar demasiadas facetas al mismo tiempo, se haga difícil establecer un perfil claro del programa. Durante la reunión los participantes se manifestaron cada vez más sorprendidos por el hecho de que las grandes ciudades son un microcosmos del mundo en su conjunto. De ahí que se hayan seleccionado siete ciudades en diferentes regiones del mundo con objeto de poner en evidencia lo que significa la violencia en la vida de las personas, de destacar las iniciativas de las iglesias y de conectarlas para sacar enseñanzas unas de otras: Belfast, Boston, Colombo, Durban. Jerusalén, Kingston y Río de Janeiro. Quiero recordar en este punto a Salpy Eskidjian, que supo reunir estas ciudades y las iniciativas cristianas por la paz y la noviolencia.
La Campaña de las Siete Ciudades fue tan convincente que después de enfrentarse con muchas dificultades, la Asamblea de Harare logró aprobar la moción de Fernando Enns de preparar un Decenio para Superar Violencia. El Decenio se inauguró oficialmente durante la reunión del Comité Central en Berlín, en 2001. Fue un momento emocionante para mí, que soy alemana. Encendimos velas cerca de la Puerta de Brandeburgo, donde un muro dividió no sólo a mi país, sino también a Europa durante 28 años. Una de las razones por las que se derribó el muro fue que cristianos de la República Democrática Alemana habían hecho un llamamiento por libertad, justicia, paz e integridad de la creación. Llevaron ese llamamiento por la “noviolencia” desde las iglesias de Leipzig, Dresde y Berlín Este hasta las calles de esas ciudades, lo que hizo posible una revolución noviolenta.
Lamentablemente el mundo no se transformó en un lugar de paz durante los diez últimos años. Lejos de ello: desde el 11 de septiembre de 2001, el terrorismo y la llamada “guerra contra el terrorismo” han causado un sufrimiento horrendo. Terroristas como Bin Laden se han visto a sí mismos como quienes hacen la voluntad de Dios en nombre del islam. Y naciones, que proclaman ser democráticas, se han equivocado, utilizando términos como “cruzada” y “eje del mal” para legitimar sus acciones militares y una aparentemente legítima demanda de “matar o capturar”. El comercio de armas sigue en rápido y constante aumento. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), la participación de Alemania en el mercado mundial de armamentos ha aumentado, entre 2005 y 20l0, en el 11% , y sólo es superado por Rusia con el 23% y los Estados Unidos de América con el 30%. Es decir: nuestras economías sacan provecho de la violencia que lamentamos. Las iglesias no pueden permanecer en silencio ante esta horrenda situación.
Es un hecho claro que, en la actualidad, la religión desempeña un papel fundamental en relación con los procesos de pacificación y de erradicación de la violencia. Como dice el teólogo católico romano Hans Kung: No hay paz entre las naciones sin paz entre las religiones. Ha llegado el momento de que la religión se niegue a ser manipulada para echar leña al fuego de la guerra y el odio. Ha llegado el momento de negar que exista cualquier legitimación teológica para la violencia. No hay guerra justa: esto es lo que hemos aprendido de la historia. Sólo hay paz justa. Esto exige creatividad, tiempo, compromiso y financiación. Markus Weingardt, en un convincente estudio sobre 40 conflictos internacionales, ha documentado cómo pueden influir las personas con motivaciones religiosas sobre los procesos de paz. Son capaces de tender puentes entre bandos enfrentados, porque se les tiene confianza. Pueden recurrir a símbolos de paz, como la oración común. Se atreven a hablar con “el enemigo”.
Todos sabemos que quienes creen en la noviolencia a menudo son considerados ingenuos, personas que no llegan a entender la realidad del poder y la política. ¡Aceptemos que piensen así! Jesús también fue un ingenuo si consideramos su vida con los parámetros del éxito. Según los ojos del mundo, él fracasó, fue condenado, sufrió, murió. Sin embargo, ese hombre que murió en la cruz ha opuesto desde entonces un mentís rotundo al ansia de poder y a quienes creen en la victoria. El poder del amor es mayor que el poder de las armas y el de la fuerza. Esto es lo que creemos. ¡Qué mensaje! Creemos en Dios que no es omnipotente, pero que viene a nosotros como un niño, muere bajo la tortura, e impugna la violencia y el poder de forma noviolenta y sin hacer uso del poder. Este es el punto de referencia de los cristianos. Y cuando han olvidado que la violencia y el poder de destrucción no deben ser legitimados, han perdido el rumbo como siempre lo ha hecho la iglesia en la historia.
Tengo la convicción de que esta reunión de Kingston no marca el final de nuestro camino. El fin del Decenio para Superar la Violencia debe traducirse en un nuevo comienzo con cuatro orientaciones para las iglesias en el mundo:
-Necesitamos convicciones teológicas claras de que la violencia no puede ser legitimada de ninguna manera por la religión. Hay dos mil millones de cristianos en este mundo. Si quienes defienden sin fisuras la noviolencia se atreven a soñar el sueño de un mundo sin violencia, serían el factor decisivo del cambio. La paz sea con ustedes…
-Tenemos que tener la certeza de que la violencia no es un problema ético entre otros que deben ser examinados. Nos referimos a cuestiones eclesiales, al ser, el “esse” de la iglesia. En un mundo violento, tras todos los fracasos del pasado, las iglesias finalmente tienen que afirmar: No hay otro camino para la paz: la paz es el camino. Coloquemos la espada en su lugar…
-En todo el mundo encontramos personas que, por motivos religiosos, intentan mediar en los conflictos. Necesitan apoyo, tanto espiritual como financiero. La reconciliación no es sólo parte de la liturgia, sino una labor difícil. Bienaventurados los pacificadores…
-Las iglesias de todo el mundo tienen que interpelar a los Gobiernos de sus países para que dejen de producir, financiar y comprar armamentos. Es un escándalo que la producción y el comercio de armas sea una fuente de riqueza económica. La política no es una esfera aparte que no ataña al interés de las iglesias. Somos iglesias en medio del mundo y tenemos que actuar en él. Y podrán transformar sus espadas en rejas de arado…
-Por último: tenemos que mantener la oración y la acción en estrecha relación. Si oramos: “Bienaventurados los pacificadores”, esto significa que somos benditos si hacemos la paz. Esto puede ser un mensaje muy radical. El pasado ha sido difícil. El futuro también lo será. Porque son cristianos, tanto las iglesias como el Movimiento Ecuménico impugnan las fuerzas de la violencia. Tenemos la clara vocación de erradicar la violencia. Avancemos y cumplamos con esa vocación.