Plenario de apartura : el 18 de mayo de 2011
Alocución del Metropolitano Hilarion de Volokolamsk
Queridos hermanas y hermanos:
Nos hemos reunido aquí en Jamaica no solo para hacer balance del Decenio para Superar la Violencia inaugurado por el Consejo Mundial de Iglesias en 2001, sino también para determinar juntos la magnitud y las formas que adopta la violencia en el mundo de hoy. La principal cuestión a la que tenemos que dar una respuesta es acerca de lo que podemos hacer juntos como cristianos frente a la violencia, la agresividad, la explotación y el terror en constante aumento. De forma simbólica, el Consejo Mundial ha aceptado la invitación de las iglesias de Jamaica y elegido para este foro esta hermosísima isla, que es, al mismo tiempo, un lugar con uno de los más graves índices de violencia en el mundo.
Actualmente, la violencia está omnipresente en la vida de la humanidad. Parecería que la retórica en pro de la paz prevalece en las organizaciones internacionales y a nivel intergubernamental dado que líderes políticos y personalidades del ámbito científico y cultural hablan constantemente de reconciliación, perdón, purificación de las memorias y no violencia. Las Naciones Unidas adoptan sin cesar nuevas resoluciones que condenan toda forma de violencia, y se ha introducido en la legislación penal de muchos países la responsabilidad por crímenes de lesa humanidad. Los instrumentos internacionales estipulan claramente que las interferencias militares constituyen la ultima ratio, el último recurso para poner fin al mal.
Al mismo tiempo, las pantallas de televisión nos invaden diariamente con un torrente de violencia, crueldad, abusos y otras manifestaciones del mal en forma estetizada. Las películas con escenas de violencia parecen ser muy populares, especialmente entre los jóvenes. Y es inevitable que lleguemos a la conclusión de que el beneficio comercial de la distribución de esos vídeos es tan grande que permite cerrar los ojos ante la contradicción flagrante entre la retórica oficial y lo que vemos en las pantallas de la TV cada día. ¿Acaso el precio que paga la comunidad por la violencia doméstica, el aumento de la delincuencia, el terrorismo y otras cosas nocivas es menor que el beneficio que obtienen los productores y distribuidores de películas centradas en la agresión? La sociedad moderna pluralista parece incapaz de hacer una evaluación correcta de las desastrosas consecuencias de esta discrepancia entre la palabra y los hechos dado que por definición permite todos los males normalmente ocultos en nociones tales como ‘libertad de elección’, ‘libertad de palabra’, ‘libertad de expresión’ y ‘libertad individual’.
En nuestros días, la violencia ha adquirido un carácter estructural y sistémico dado que no es cometida únicamente por personas sino por estructuras organizadas. Esta clase de violencia debería llamarse más bien explotación e injusticia. Pensemos por ejemplo en los métodos y relaciones de intercambio y económicas entre los países ricos del Norte y los países en desarrollo del Sur, que la mayoría de las veces son un factor de esclavitud.Como consecuencia, los países pobres pasan a ser más pobres y los ricos más ricos.
La lista de las diversas formas y manifestaciones de la violencia y la injusticia es interminable, aunque nuestra tarea es identificar la causa del mal y erradicar no ya las consecuencias sino las causas. Lamentablemente, las iglesias suelen denunciar problemas específicos que se plantean por determinadas razones sin tratar de poner en evidencia las causas. Si los cristianos pueden aún pretender ser una voz profética en el mundo, no solo una voz que clama en el desierto, tendrán que desenmascarar con coraje la injusticia de la sociedad moderna, sin miedo de empañar nuestra reputación a los ojos de los poderes públicos y los medios de comunicación bajo su control.
Por más paradójica que sea, más se habla de la justicia en el mundo, menos la vemos, lamentablemente en nuestras vidas. Vivimos en una atmósfera en la que los dobles raseros prevalecen, en la que predomina el cinismo, ocultos de forma políticamente correcta bajo la máscara de la democracia y la preocupación por los derechos humanos, que, de hecho, se pisotean y distorsionan.
Por último, existe un debate en el mundo actualmente acerca no ya de una forma abstracta de infracción de la libertad de religión de determinadas minorías, sino sobre la persecución declarada contra los cristianos. Ya no es posible intentar ocultar los hechos que han sido sin duda bien planificados desde hace tiempo, y no se trata, de ninguna manera, de una persecución espontánea. Incluso el Parlamento europeo, del cual algunos miembros tratan sistemáticamente de eliminar toda mención a los valores cristianos en la historia europea, aprobó, por primera vez en su historia, una resolución verdaderamente revolucionaria contra la cristianofobia. Siguiendo esa línea la Cámara de Representantes del Parlamento italiano aprobó una resolución similar obligando a las autoridades a oponerse a toda tentativa de discriminación de los cristianos
Actualmente, se reciben una y otra vez informes sobre los atentados contra los cristianos en Egipto, Iraq, India, Pakistán e Indonesia y en una serie de otros países predominantemente musulmanes. Por ejemplo, más de la mitad de la población cristiana ya se ha ido de Iraq huyendo de la amenaza que se cierne cada día sobre sus vidas.
En países en los que los cristianos son una minoría no existe un sistema eficaz para su protección. Por ejemplo, en Egipto, se ha informado que la policía y el ejército evitan interferir en los atentados en masa contra los coptos mientras que la Fiscalía se niega a dar comienzo a un proceso penal contra los musulmanes extremistas, calificando los constantes derramamientos de sangre de ‘conflictos interreligiosos’ por los que dicen se debe culpar a ambos bandos.
¿Qué estamos haciendo nosotros, como cristianos, para proteger a nuestros hermanos y hermanas en la fe que son sometidos cada día a la humillación, las amenazas y la discriminación por razones de intolerancia religiosa? Lamentablemente, en la mayoría de los casos, no vamos más allá de las declaraciones, los comunicados de prensa, los pésames y una ‘expresión de preocupación’ políticamente correcta. Ha llegado el momento de pasar a acciones eficaces. Necesitamos urgentemente organizar un sistema de protección de los cristianos contra la persecución. En primer lugar, es necesario establecer estructuras de información para controlar los crímenes cometidos por motivos de odio religioso. A pesar de todo lo que es motivo de desunión, la comunidad cristiana debería unirse y de una sola voz pedir a las Naciones Unidas, a las organizaciones gubernamentales e internacionales que pongan fin a la persecución contra los cristianos en el mundo de hoy.
Las iglesias y las comunidades cristianas deben dar un verdadero contenido a sus trabajos en favor de los derechos humanos y la paz, prestando atención, en primer lugar, a sus hermanos y hermanas víctimas de la persecución en algunas partes del mundo. San Pablo nos exhorta a que, “según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe” (Gal 6:10); de no ser así nos volveremos simplemente una de las muchas instituciones sociales que promueven la construcción de la paz con mucha discreción.
En la historia de Rusia no ha habido guerras ni confrontaciones religiosas. La gente de nuestro país ha sido capaz de encontrar un lenguaje de mutuo entendimiento, de amistad y de buena vecindad a pesar de las diferencias religiosas, culturales y de formas de vida. Para establecer una cooperación interconfesional, se estableció un Consejo Interreligioso en 1998, en el que dirigentes de las religiones tradicionales examinan juntos y plantean las situaciones complejas, y encuentran caminos para resolverlas. Un Consejo de Cooperación con las organizaciones religiosas sometido a la autoridad del Presidente de la Federación de Rusia ha estado trabajando con mucho éxito desde hace varios años. Deseo destacar que el Gobierno ha prestado gran atención a los problemas de la coexistencia pacífica de las religiones en la Rusia plurinacional. La forma en que se han construido relaciones estables y benevolentes, y continúan construyéndose entre las religiones en Rusia puede servir como ejemplo para la aplicación de los mismos principios en el ámbito internacional.
La paz es un don de Dios enviado de lo alto para las personas que se arrepienten de sus pecados. Este mundo sumido como está en el mal no puede construir la paz por sí mismo, sean cuales fueren los conceptos de paz que trate de aplicar, porque el mal forma parte integrante de él. Recordamos la profecía de San Pablo: Cuando digan: “Paz y seguridad”, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina (1 Tes 5:3). Por lo tanto, esto significa que la paz de Dios se encuentra en formas que no son la construcción artificial de la coexistencia pacífica y la reglamentación jurídica de los mecanismos del orden social. Nosotros, como cristianos, estamos llamados a indicar esos caminos al mundo, poniendo en evidencia que no pueden imponérseles ni el progreso ni el racionalismo ni los diversos conceptos de ‘paz justa’. La unidad, de la que se ha hablado mucho en la historia de las iglesias del siglo XX, será otro ejemplo de retórica sin sentido y sin valor si no nos unimos ahora nuestros esfuerzos para salvar a los ‘nuestros en la fe’ que son víctimas de la animadversión de quienes desean llenar la tierra de odio, enemistad, derramamiento de sangre, mientras instan a la construcción de una comunidad religiosa a escala mundial.
Una forma diferente se señala en las bienaventuranzas. El evangelio nos enseña que la paz debe construirse y fortalecerse sin matar a los enemigos aunque matando las enemistades, como el propio Señor hizo en la Cruz (Ef 2:16).
En nombre de la Iglesia Ortodoxa Rusa hago un llamamiento a los poderes establecidos y a la gente común de buena voluntad a que manifiesten una solidaridad efectiva con los cristianos perseguidos. El futuro de la humanidad deberá construirse sobre la paz y la justicia ordenada por Dios, pues de otra manera ya no habrá humanidad alguna.