08.11.04 12:30 Antiguedad: 7 yrs

Las iglesias y la prevención del abuso de menores

 

 

Por Ruth Lee (*)

 

¿Recuerdan ustedes haber oído en algún momento las palabras “abuso de menores” e “iglesia” en una misma frase que no se refiriese a un grave escándalo relativo a una personalidad eclesiástica acusada de abusar sexualmente de los niños? Es casi imposible imaginarlo, sobre todo si se considera el torrente de informaciones periodísticas sobre abusos sexuales de los niños en relación con las iglesias durante los últimos años. En consecuencia, un foco acusador ha proyectado su luz sobre las deficiencias de los sistemas dentro de las iglesias para proteger de los abusos a los niños confiados a su cuidado. Se ha denunciado a las instituciones eclesiásticas por haber cerrado los ojos ante casos internos de abusos de niños, o incluso por haber tratado de ocultarlos.

 

Como reacción, muchas iglesias se están empeñando en introducir políticas de protección de la infancia en todos los aspectos de su trabajo con los niños. Tanto es así que casi parece que hoy, una madre deseosa de prestar ayuda en el campamento de verano de sus hijos tiene que rellenar largos y complicados formularios y someterse a severos controles policiales antes de ser declarada apta para enseñar a hacer distintos tipos de nudos en una cuerda y a entonar canciones en torno al fuego de campamento. Por supuesto, estos pasos –de gigante en muchos casos– hacia una mejor protección de la infancia van en la buena dirección. Indudablemente, los niños en la escuela dominical o en el coro de la iglesia están mucho más seguros cuando funciona una política de protección de la infancia. Y es esencial que todas las iglesias sacudan su fariseísmo, admitan que ha habido abusos de los niños por un sistema a menudo más interesado en protegerse a sí mismo que en los propios niños, y formulen y apliquen políticas estrictas de protección de la infancia.

 

Todo esto está muy bien. Pero subsiste la duda inquietante de si las iglesias se habrían realmente puesto en marcha para proteger de veras a los niños de no haber sido por las extensas informaciones periodísticas. En cualquier caso, ¿profundizan el interés y la atención que ahora se vuelcan hacia las políticas de protección lo suficiente para proteger realmente a nuestros niños de los abusos? ¿O están contribuyendo de algún modo a pasar por alto las causas profundas del abuso de los niños en nuestras iglesias y comunidades?

 

En este punto, tenemos que recordar que, demasiado a menudo, hay una tendencia a equiparar “abuso de los niños” con “abuso sexual de los niños” y a olvidar que hay una definición mucho más amplia: "violencia, daños o abuso físicos o mentales, trato desdeñoso o negligente, maltrato o explotación, incluido el abuso sexual." En todo el mundo, miles de niños y niñas están expuestos diariamente a varias formas de abuso. Se trafica con ellos como mercancía útil para el trabajo o el sexo, se los obliga a trabajar en minas o fábricas peligrosas o a luchar en los ejércitos, experimentan los horrores de la guerra, se los obliga a vivir en las calles, se los separa de sus familias por causa de la guerra o del VIH/SIDA, se los expone a la violencia en sus propios hogares y escuelas, y la lista continúa... Estos son casos de abusos de los que apenas oímos hablar, en comparación con la frecuencia con que ocurren, y apenas atraen la atención de los periodistas. La mayoría de estos niños sufren en silencio, aunque las repercusiones sobre sus vidas son muy reales y los conducen a la muerte o al suicidio, a la falta de salud física y mental, al desamparo, a una vida sin familia ni amigos, a relaciones difíciles o abusivas si llegan a la edad adulta y a la renuncia a cualquier esperanza.

 

¿Querrían ustedes escuchar algunas historias contadas en unas recientes consultas en Asia sobre estas cuestiones? Tal vez les interese el caso de un niño afgano traumatizado, que cuando llegó al centro de rehabilitación en Kabul donde trabaja Nijabat Khan fue incapaz de hablar durante varios años y temblaba físicamente por haber presenciado la muerte de sus padres por una bomba que cayó en su casa. O la historia de una niña camboyana, ahora acogida en el refugio "Sok Sabay" de Marie Cammal, que tras ser vendida a un burdel por su tío fue violada por lo menos 20 veces cada día y apaleada si se resistía. ¿Y qué decir de la historia contada por el Padre Damien de Jaffna, Sri Lanka, de la constante lucha de una muchacha a la que daba consejos para superar el trauma de haber sido violada por tres hombres armados que irrumpieron en su hogar una noche cuando ella tenía catorce años? ¿O de la situación de que dio testimonio el Padre K.U. Abraham, de dos niños de su diócesis en la India que por presión de la comunidad fueron excluidos de la escuela porque su padre y su madre habían muerto de SIDA? ¿O de las historias que pueden contar los directores de un hogar infantil en una playa turística de Tailandia que rescatan a numerosos niños y niñas de la explotación sexual por turistas extranjeros?

 

¿O acaso preferirían ustedes no escuchar estas cosas? Porque nos abren los ojos al hecho de que, aunque tales historias nos repugnan, los esfuerzos por prevenir los abusos tropiezan demasiado a menudo con resistencias en todos los niveles de la sociedad, desde los gobiernos hasta los dirigentes locales y religiosos y hasta los padres. Ello se debe a que los abusos de los niños tienen lugar sobre todo en privado y van asociados a la delincuencia y a la corrupción. La triste realidad, con demasiada frecuencia, es negada públicamente y tolerada en privado. Hoy día hay muchos mecanismos internacionales, nacionales y locales de protección de la infancia, pero la brecha entre tales leyes y lo que los niños experimentan cada día sigue siendo enorme.

 

Todo esto obliga a considerar desde una perspectiva muy diferente la pregunta: “¿Hacen bastante las iglesias para proteger a los niños de los abusos?” Que se haya puesto en marcha una política de protección, por importante que sea, no significa que se hayan prevenido los abusos de los niños. La comparación de los conceptos "prevención" y "protección" revela la dualidad de estos enfoques interdependientes para poner fin a los abusos: el segundo concepto es más curativo, mientras que el primero requiere un análisis más profundo de las razones primeras por las que se abusa de los niños. Además de montar importantes mecanismos de protección, las iglesias deben desempeñar un papel esencial enfrentándose con los factores que contribuyen al peligro de abuso de los niños: estructuras sociales sexistas, economía, casta o clase, otras tensiones medioambientales, guerras y conflictos, discriminación, situación familiar (ausencia del padre o la madre, o de ambos, por ejemplo), dificultades en las relaciones, problemas de depresión o salud mental, o lugar de los niños en la sociedad en general. Tal vez este último punto es el más importante. Los niños son especialmente vulnerables a la violencia, la explotación y el abuso precisamente por su vulnerabilidad ante los adultos y su dependencia de ellos. Cuando las condiciones son propicias para que los adultos utilicen mal su posición de poder respecto a los niños es cuando éstos sufren los abusos.

 

Escribo este artículo con ocasión del “Día Mundial de Prevención del Abuso de los Niños”, 19 de noviembre, que aspira a contribuir a la creación de una cultura de prevención de tales abusos. Se ha formado una alianza de ONG para conmemorar el 19 de noviembre y concientizar, movilizar a la opinión pública y realizar acciones, y difundir información sobre programas de prevención de los abusos de la infancia. La amplia gama de iniciativas de prevención representadas en esta alianza nos recuerda, por una parte, el maravilloso trabajo que algunas iglesias y otros elementos de la sociedad civil realizan actualmente y, por otra parte, que es mucho más lo que las iglesias podrían y deberían hacer, tanto dentro de ellas mismas como en el conjunto de la sociedad.

 

Como miembro de esta alianza, la búsqueda de iniciativas creativas para acompañar a sus iglesias miembros en la defensa del derecho de los niños a vivir en paz debería ser un papel fundamental del CMI. He aquí dos ejemplos de actividades actuales:

· la campaña “En las alas de una paloma”, que se desarrollará del 25 de noviembre al 10 de diciembre de 2004 para llamar la atención sobre la cuestión de la violencia contra mujeres y niños,

· el programa "Dignidad de los niños" en Asia, que pretende crear un espacio para que sus iglesias miembros en Asia reflexionen junto a otros sectores de la sociedad civil sobre su papel en la afirmación de la dignidad de los niños.

 

Durante mis dos años en el CMI, he trabajado sobre todo en la última de estas iniciativas. He visto que este proceso de formación de redes de contactos puede conducir a nuevas iniciativas atractivas para impulsar el interés de las iglesias por los problemas de los niños. Hay muchas iglesias en toda Asia que se ocupan prácticamente de las necesidades cotidianas de los niños en sus comunidades, mediante la gestión de orfanatos, centros de acogida, refugios para niños de la calle, escuelas dominicales, etc. Para tales iglesias y para las ONG relacionadas con ellas, la oportunidad de encontrarse con otras y comunicar sus respectivas experiencias tiene un gran valor, ya que hace posible que sus voces sean escuchadas por el conjunto de la comunidad eclesiástica y por sus dirigentes, invitando a todos a ocuparse seriamente de los problemas que aquejan a los niños.

 

Consultas y contactos regionales, subregionales y nacionales han dado a las iglesias de Asia capacidad para profundizar en su análisis de la situación de los niños en sus comunidades desde varias perspectivas teológicas y culturales, y las han equipado para abogar decididamente por un cambio en las estructuras de la sociedad que socavan la dignidad de los niños (estructuras que indudablemente incluyen a las propias iglesias). Algunas de las redes nacionales se han centrado en particular en los problemas relativos a la prevención del abuso de los niños:

· La red de Indonesia se ha ocupado de la cuestión de la protección y ha publicado recientemente, en Bahasa, un libro de “Directrices para las iglesias sobre los niños que necesitan una protección especial".

· Como fruto de una consulta nacional en Malasia en 2002 sobre "Dignidad y protección de los niños”, se concibió un "Programa de escuelas dominicales sobre protección de la seguridad infantil”, para su uso en iglesias locales con la doble finalidad de educar a los niños de manera que sepan cuáles son sus derechos y lo que tienen que hacer frente al abuso sexual y de preparar a los dirigentes eclesiásticos para saber cómo actuar ante la revelación de hechos ocultos y facilitar el proceso de curación en la víctima y su familia, así como en el culpable.

 

Estas iniciativas son pasos pequeños pero válidos hacia la construcción de una cultura de prevención de los abusos de niños. En muchos lugares, las políticas de protección de los niños son parte integrante de lo que se necesita en este ámbito, pero no debemos limitarnos solo a la legislación. Para alcanzar resultados duraderos, es preciso que las iniciativas hundan sus raíces en la realidad cultural y social y sean vistas como parte de un proceso de transformación radical de la sociedad y del mundo. El papel que les toca desempeñar a las iglesias –y a otras comunidades de fe– es esencial y urgente.

 

Si aceptamos este desafío, tal vez un día las palabras “abuso de menores” e “iglesias” puedan evocar una imagen algo más positiva que hoy...[1859 palabras]

 

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(*) Ruth Leeha trabajado los dos últimos años en la sección de Asia del Programa de Dignidad de los Niños, del CMI. En diciembre de 2004 asumirá el cargo de Oficial de Política Social en la Unión de Madres del Reino Unido.

 

Más información sobre la Campaña “En las alas de una paloma”, en:

www.overcomingviolence.org

 

Más información sobre el programa del CMI sobre Dignidad de los Niños, en:

http://www.wcc-coe.org/wcc/what/regional/index-e.html

 

Más información sobre el Día Mundial de Prevención de Abusos de los Niños – 19 de noviembre, en:

http://www.woman.ch

 

Las opiniones expresadas en las Crónicas del CMI no necesariamente reflejan posiciones oficiales del Consejo. Este material puede ser reproducido libremente dando el debido crédito al autor