Iglesias apoyan a víctimas de violaciones en República Democrática del Congo
Por Fredrick Nzwili (*)
En la República Democrática del Congo (RDC) hay grandes esperanzas de que pronto callen las armas. Pero el reguero de abusos de derechos humanos que los combatientes dejan tras de sí obliga a las iglesias a intervenir.
Para los civiles, no importa en qué lado de la frontera se encuentren, ya que todos los grupos armados cometen atrocidades, afirmó Dismas Kyanza, encargado de operaciones de emergencia de la Iglesia de Cristo en el Congo para Kivu del Norte.
"Aquí actúan grupos armados locales, ejércitos internacionales, grupos armados nacionales y fuerzas extranjeras. El ejército nacional, que se supone debería proteger a los civiles, es también culpable", dijo Kyanza a una delegación internacional que visitó la zona oriental de la RDC del 8 al 15 de julio en nombre del Consejo Mundial de Iglesias (CMI). El viaje formaba parte de la serie de visitas de Cartas Vivas en las que pequeños equipos ecuménicos visitan iglesias de países en conflicto para escuchar, aprender y mostrar solidaridad.
Quienes necesitan ayuda son las víctimas de torturas, violaciones, secuestros y desplazamientos, o incluso de asesinatos, dicen los dirigentes eclesiales de la RDC. Las iglesias han ayudado a estas personas a superar sus situaciones traumáticas, en algunos casos proporcionándoles apoyo material, financiero y médico. Les ofrecen también alguna formación profesional en actividades de tejido y confección como medio para que tengan un apoyo a largo plazo.
Cuando se empezó a utilizar la violación como "arma de guerra", surgieron protestas y respuestas inmediatas de las iglesias.
"Fue en 1999 cuando vimos el primer caso de una mujer que había sido violada y le habían mutilado sus órganos. Nunca habíamos visto nada parecido hasta entonces. Poco después empezaron a producirse otros casos", explica el Obispo Jean-Luc Kuye Ndondo, presidente de la Iglesia de Cristo en el Congo de Kivu del Sur.
En 10 años, ha habido más de 500.000 de estos casos, según el Dr. Denis Mukwege, fundador del Hospital Panzi en Bukavu, especialista en el tratamiento de mujeres y muchachas que han sido víctimas de violencia sexual.
Los autores de estos crímenes tratan de causar el mayor daño físico y emocional posible, explica Mukwege, a juzgar por las heridas que él ha visto y los informes sobre cómo han sido infligidas a las víctimas.
"Creo que quieren destruir las comunidades", dice Mukwege. "Cometen las violaciones en presencia de los miembros de la familia y de la aldea".
"En Shabunda, hombres armados violaron a la esposa de un pastor delante de su marido y de miembros de la iglesia. Se volvieron después contra el pastor y abusaron de él delante de la congregación. Éste fue el final de esa congregación", añade el doctor.
Víctimas estigmatizadasMuchos casos de violación no se dan a conocer a causa del estigma que implica, según señalan encargados de la Iglesia de Cristo en el Congo. Quienes cometen los abusos saben que las mujeres no pueden mostrar después sus genitales.
Desde 2003, la Iglesia de Cristo en el Congo ha ayudado a 23.000 mujeres traumatizadas por medio de su Centro de Asistencia Médica y Psicosocial (CAMPS).
"Las mujeres llegan al centro necesitadas de apoyo psicosocial, médico y material", explica el coordinador nacional de CAMPS, Justin Kabanga. "Algunas llegaron embrazadas después de la terrible experiencia de la violación. Muchas han acudido al centro tras haber parido hijos. Muchas de ellas han resultado positivas en la prueba del VIH".
Kabanga dice que el CAMPS empieza por ayudar a las mujeres a comprender lo que les ha ocurrido, examinar las consecuencias de sus situaciones y ayudarlas, después, a restablecer las relaciones. Presta su asistencia a esposas, familias y comunidades, instando a éstas a que acepten a las mujeres y a que tomen conciencia de que las víctimas no son responsables de su situación.
"También existe el rechazo a los hijos de violación. Hacemos comprender a la comunidad que no son los responsables y que no constituyen un peligro para el futuro", dice Kabanga. "Nuestro objetivo principal es tratar de reparar los daños causados por la guerra".
Aunque el CAMPS ha tratado de garantizar que las mujeres que denuncien consigan justicia de las autoridades, con demasiada frecuencia estos esfuerzos resultan vanos.
"Hemos sensibilizado a los soldados contra las violaciones a las mujeres", explica Kyanza. "Pedimos también a las mujeres que denuncien. A veces se atreven a denunciar y, cuando lo hacen, los soldados responsables son arrestados y llevados ante la justicia militar. Por desgracia, normalmente las mujeres no suelen declarar".
"El viaje fue una de esas experiencias perturbadoras de la vida. Fue el tipo de experiencias que, para todos los que las viven o las escuchan, constituyen un acicate para hacer algo en relación con lo que han llegado a conocer", dice Elenora Giddings Ivory, directora del programa del CMI sobre Testimonio Público, que formó parte de la delegación de Cartas Vivas en su viaje al oriente de la RDC. |
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"Es casi incomprensible lo que un hijo de Dios puede hacer a otros hijos de Dios cuando llega a ejercer esa crueldad con las mujeres. La palabra violación no es una expresión suficiente para describir las acciones perpetradas en el este del Congo", dice Giddings Ivory.
Monica Njoroge, que representaba en la delegación a la Comunidad de Consejos e Iglesias de la Región de los Grandes Lagos y el Cuerno de África (FECCLAHA), dice que es absolutamente evidente que la gente del país quiere la paz.
"Al observar el sufrimiento de millares de congoleses que viven en campamentos, al oír hablar de las penalidades de las mujeres y los niños, así como de las luchas de quienes prestan los servicios, queda clara cuál es la labor de la familia ecuménica", añadió.
Elevando la vista a los horizontes montañosos que se divisan desde Bukavu o Goma, capitales de las provincias de Kivu del Sur y del Norte, respectivamente, nada indica el reguero oculto de sufrimientos que corre a través de estas colinas.
Pero algunas personas, como Françoise Bisobere, de la provincia nororiental de Ituri, mantienen la esperanza a pesar de los sufrimientos.
"En la guerra de Ituri, perdí a dos hijos y una pierna. Mientras estaba en el hospital, mi marido me abandonó. Recibí ayuda de la iglesia", dice. "Desearía ayudar a las personas que sufren. Les estimulo a que tengan valor".
(*) Fredrick Nzwili es un periodista independiente que reside en Nairobi, Kenya. Es corresponsal de Noticias Ecuménicas Internacionales (ENI).
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